jueves, 20 de mayo de 2010

El Asilo X: Las cinco de la tarde

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Era lunes. De nuevo las cinco de la tarde. Sebas ya estaría saliendo de su casa. Cruz le llamaban. Cada día, de lunes a viernes, Adrián tenía que esperar que alguno de sus padres llegara a casa. Su madre no llegaba antes de las seis. Trabajaba en un hotel como camarera de piso. Su padre, que trabajaba por épocas, era alcohólico. Con el tiempo empezó a preferir que se retrasara, que llegara lo suficientemente borracho como para no causar ninguna molestia, al final del día. De modo que al salir del comedor del instituto, cerca de las cuatro de la tarde, cuando todos los demás alumnos volvían a sus casas, él fingía ir a casa de su tía, como solía hacer cuando eras más pequeño, pero a la que en realidad no veía desde hacía tiempo. Concretamente desde que mandó a su padre a la mierda, a tomar por culo y a que le viera un médico. Adrián recorría el camino a casa de su tía, se detenía dos calles antes de llegar, se despedía de sus colegas o se fumaba un cigarrillo con ellos y recorría la penúltima calle hasta su falso destino. Una vez perdidos de vista sus amigos, desandaba lo andado y volvía a su casa a esperar a que llegara alguno de sus padres.

Sebas era el chico más viejo del instituto y de su barriada, el hermano mayor de Tania Cruz, la chica con menos tetas de su clase, y un hijodeputa por los cuatro costados. Cada día salía de su casa a las cinco de la tarde y bajaba con veinte duros al puesto del manco. Compraba una lata de coca cola y un cigarrillo que valían quince y cinco respectivamente. Se tomaba el refresco en los soportales de su bloque de pisos y se fumaba un porro. Una vez terminado su ritual aplastaba la lata y se la llevaba de paseo a patadas.

Aún quedaba rato para que llegase su madre y por la bronca que oyó la noche anterior sabía que su padre no llegaría antes. Apoyado sobre sus rodillas, que bailaban nerviosas al son del miedo, escrutaba los alrededores con ansioso interés. Durante la hora más silenciosa del día él solo escuchaba el continuo frotar de los pantalones y el ruido mecánico de su walkman. Los sonidos lejanos le alarmaban, por muy leves que fueran, y hacían eternos aquellos instantes de espera.

Cinco y cuarto de la tarde. En su reloj. Se oyó una lata rodar por unos escalones a las cinco y cuarto. Dos segundos más tarde una patada la hizo sonar más cercana, como cada día de cada semana. Otra patada y los ecos de la lata en los soportales aceleraron su corazón. Una última la hizo aparecer y tras ella, entre las columnas, apareció Sebas Cruz, como si nada. Como si no supiera perfectamente que estaría allí, esperando al borracho de su padre.


Adrián temblaba. El solo hecho de mirarle a la cara le aterrorizaba. Tal vez le escupiría o le pegaría una buena colleja, o le quitaría el walkman por un tiempo para hacerle rabiar como ya había hecho otras veces. O simplemente, y en el mejor de los casos, sólo le insultaría. Pero esta vez no. Sebas se acercaba con sonrisa burlona y aplomo de abusón. Se contoneaba sinuosamente. Una vez a su lado le dio con la planta de su zapato en el muslo.

-Dame un cigarro.

Adrián metió la mano en la mochila. Palpando en busca del paquete una sombra le cubrió el rostro. Había encontrado, para su sorpresa, el cuchillo que por alguna razón metió en su mochila ese mediodía en el comedor, mientras comían.

-¿Te apetece un cigarro?- dijo el director Pedro Argenta colgando el teléfono y sacando al chico de su ensimismamiento.- Prefiero que fumes conmigo a que fumes a escondidas, pero no se lo digas a nadie - bajó la radio.- ¿Quieres o no?
-No, no, no - dijo Adrián reaccionando de golpe.- Me tengo que ir. Acompaño al Chiroba. Dice Don Antonio que te dejes de autobuses, que hace mucho calor. Víctor quiere que la acompañe al macro, pero primero quiere que te pida permiso. ¿Puedo ir?

-Vas a perder la tarde.

-Ya he recogido el comedor. Dice Valle que esta tarde se queda ella a cuidar de Elvira. Emilio se queda. El Perla también. Pero los demás salen a echar una partida y quieren cenar allí, por una vez, para que Víctor no tenga que ir a comprar y que podamos ir a verlo con...

-Un momento, un momento, ¿sabes por qué le llamamos así?
-¿A quién?

-Al Perla.

-Claro, no la voy a saber con todo lo que cuenta el colgado este.

-¿Quién?¿Don Antonio?- preguntó riendo.

-Sí.- dijo Adrián también riendo. Era lunes. A las cinco de la tarde. Las cinco de la tarde en aquel reloj que colgaba. Adrián reía.
 [...]

5 comentarios:

Desde la luna dijo...

Muy evocadora la espera en los soportales y bien descrito el miedo...
Y ya sabes lo que pienso que deberías hacer con esta historia...

Anónimo dijo...

Engancha... Suena cercano. Me voy a fumar un cigarro.. ;)

Saludos.

Anónimo dijo...

Uy, esta vez no me he enterado bien, voy a leerlo de nuevo...
Besitos de la vecina.

Raúl dijo...

Si quiero ser coherente y justo con los comentarios que te deje, tendré que imprimirme el relato entero. En caso contrario, se me va el hilo.
Un abrazo.

Raúl dijo...

No me piero nada, según tú, pero lo leeré.
No. No hemos presentado en Málaga. Existe la posibilidad, junto con Granada, pero todavía no tenemos nada confirmado ni en una ni en la otra ciudad andaluza.
Ya te diré.
Un abrazo.