lunes, 26 de abril de 2010

El Asilo VIII: El chungo del bajo izquierda.

[...]
Adrián ya pensó en la fuga en otras ocasiones. Sobre todo al principio, cuando aquellos Don Antonio, El Perla, El Chiroba, Emilio, Pedro, La Virus, o cualquier otro anciano de la residencia le producían una insoportable y nueva sensación de desamparo. Prefería el desamparo conocido de su propio hogar. Ahora no existía tal sensación, pero existía algo que sí era realmente nuevo para él: la abstinencia. Sus precoces adicciones le pasaban las primeras facturas. Necesitaba fumarse un porro y, habiendo desechado la idea de fugarse, decidió hacerlo en la residencia, a escondidas.

La primera fuga que intentó en su vida, recordó mientras fumaba, fue cuando aún su “asecnirp” era su novia. Se fueron a un local. Hicieron el amor. Ella lloró. El se preocupó. Hicieron planes para conseguir dinero, cada uno por separado, reunirse de nuevo allí y largarse a otro lugar. Hablaron de criar el niño, solos, sin la aprobación ni la ayuda de sus respectivos padres, o lo que quedara de ellos. Hablaron de llamarle Jesús o Macarena. Hicieron el amor de nuevo y, tras largas horas de indecisión silenciosa, se pusieron manos a la obra.

Ninguno volvió. A ella la sorprendió su hermana hurgando en los cajones de la abuela. Un chivatazo propio de una hermanita de diez años. Una pifia. Una decepción. Una vergüenza que pudo con ella y la obligó a confesar a su compungida familia, entre llantos, que se había quedado embarazada y que el dinero era para abortar. Algo que tenía claro incluso cuando mentía a Adrián diciendo que también quería tenerlo, incluso que le hacía mucha ilusión tenerlo.

A él le pillaron. Atraco a mano armada (iba mucho más en serio) con amenazas y agresión. Una pena, un fracaso y un lamentable error que cambiaría su vida para siempre, que le marcaría como a las vacas el hierro doliente. Desde entonces, apartado como un leproso, señalado como un maldito, todo lo que no quería era ser él. Ser el que intimidaba a todos y cada uno de los chicos del barrio. El que meó en la papelera de la clase de tecnología. El que prendió fuego a la falda de Doña Rosario. El que pillaron palpando a la hija pequeña de la vecina de arriba. El que se tiró un pedo en la cara de la profesora de música. El que se fumó un porro en el confesionario mientras el cura daba catequesis al resto de alumnos o el que se hizo una paja para después limpiarse la mano con el hábito de Sor Milagros. Ser el chungo del bajo izquierda, el que atracó el videoclub, el que pegó a un poli, el que puso un cuchillo en el pecho a una madre embarazada. El que acabó haciendo lo que todos esperaban que hiciera: cagarla. Eterna primera vez la adolescencia, como si el amor no diera hijos, como si hacer daño a los demás no fuera hacerse daño a uno mismo. Como si vivir e imaginar fueran lo mismo, como si existieran las segundas oportunidades.

Una sombra silenciosa apareció de la nada. Adrián intentó esconder el canuto y aguantar el humo.
-Te pillé - dijo el Perla.- No sabes ni esconderte chiquillo.
[...]


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, toda una joya Adrián...

Que rule ese canuto! jeje

Saludos.

Desde la luna dijo...

Uf,... a lo que te lleva tener un hijo... miedito...jeje
Muy chuli. Sigue!!
=)

Anónimo dijo...

Qué bien escribes nene!

Anda que yo... me cruzo de acera, te echo la bronca por no actualizar, y habías actualizado ayer... tsk

Daniel Perea Serrano dijo...

un historía muy fresca que lees del tirón y unos personajes muy bien definidos... hoy los leí los 8 del tirón y me he quedao a medias, con ganas de más... sigue así, no dejes de escribir, te seguiré controlando (digo leyendo) XD

Desde la luna dijo...

Ehhh!!!! iba a comentarte en el IX y no está =(
Con lo entrañable que era... cada vez más descriptivo, más cercano y más pintoresco... me gusta mucho :)