miércoles, 21 de julio de 2010

El Asilo XIII: El Perla (57 años antes)


[...]

“Estás muerto” fueron las primeras palabras del capitán nada más entrar. Después ordenó al sargento que saliera y que esperara junto al soldado de guardia, algo que le ofendió visiblemente, para poder hablar a solas con aquel héroe enemigo.- Estás muerto pero aun respiras, suerte la mía.- Continuó con cierto aire de decepción. Una vez fuera el sargento, se encendió un cigarro y se sentó contra la pared de frente a él. Lo poco que pudo percibir el prisionero tirado en el suelo, desde su postura casi inhumana, fue que era un hombre seguro. Posiblemente su posición de mando en aquel lugar escogido para la tortura era lo que hacía sonar sus botas contra la madera con una solemne decisión.- Me alegro de encontrarte. Pero tu intento de suicidio ha tenido éxito- continuó.-No te preocupes, estás muerto pero aun respiras. Porque en esta guerra donde tantos mueren luchando, un suicida como tú encuentra las puertas del infierno abiertas de par en par. ¿Tienes sed? ¿Tienes hambre?- el prisionero no hizo ningún gesto.- ¿Sabes? Siempre quise que llegara un momento así. Siempre quise conocer al Perla, te lo reconozco. Siempre sentí ese deseo oculto, ese interés que esconde el pupilo cuando elige por sí mismo a su maestro. Tal vez haya buscado este momento. Pero al contrario de lo que crees, no soy vengativo, soy un hombre de principios. No quiero ser yo quien le vuele la cabeza. Y al contrario de lo que deseo, no eres el Perla, la leyenda emergente que tanto eco ha generado. Eres tan sólo un charlatán que alborota en periódicos locales y radios clandestinas. - El capitán se desabrochó la chaqueta y algunos botones de la camisa. Estiró las piernas y se rascó la cabeza un rato.- Ojala mi destino me concediera un encuentro con el Perla. El único en esta guerra, ahora ya lo entiendo así, que sabe realmente por lo que lucha. Algo que, por muy ridículo que parezca, es de lo poco a lo que uno puede aferrarse en estos días de vida o muerte. Porque a eso habéis reducido la guerra los anarquistas, a vida o muerte. No tenéis principios. Pero el saber por lo que lucha no exime al Perla de ser un asesino. “Un verdadero asesino que se mancha las manos de sangre y no de tinta”. Te quedó muy bien esa frase. Me gusta, en serio, me encantan esas cosas que cuentas. Parece todo más importante. Más trascendental. Pero dios mío, deberías verte. Cuesta reconocerte bajo tanta mugre y tanto moratón. Siempre creí que conseguirías algo. Que aspirabas a algo más que a morir por una causa absurda. Siendo tu muerte, amén de ridícula y vergonzosa, un suicidio inútil para tu noble y descabellada causa, ni siquiera serás recordado como un mártir. ¿Es que no lo entiendes?

-No todos los sádicos somos tan brillantes como tú – dijo el preso entre los esfuerzos para incorporarse sobre sus rodillas – ¿Por qué serás recordado tú? ¿Por héroe? Por vaciar tu tierra de anarquistas. Ya es tuya, toda tuya. ¡Ah no! Te queda uno solo. Un solo anarquista se interpone en tu camino. Y crees tener suerte porque yo soy el único que sabe quien es. Dime una cosa, ¿desde cuándo sabes que soy yo?

-Desde que el sargento intentó explicarme el cuento ese de la paloma.

-¿Así que ya conoces la historia?

-He venido a que me la cuentes tú, en persona.

-Está bien – dijo después de un suspiro lento y de calibrarse las heridas con la mirada.- Si has venido desde tan lejos no puedo ser un grosero.- dijo apoyándose con cuidado contra la pared con visibles gestos de dolor. Y reposando los codos sobre las rodillas, de frente a su verdugo, otrora su paisano y su amigo de la infancia, comenzó su relato - Tú sabes que soy el hombre con más suerte del mundo.

-Lo sé.- dijo el capitán llenándose la boca de paciencia. Sabía que le haría pasar por el mal trago de tener que seguirle la corriente.

-Pues yo tuve la suerte de caerle bien al Perla.

-De caerle bien.

-Sí, de caerle bien. Pero primero quiero contarte la fábula del hombre con suerte. A ti que me acusas de suicida y me condenas a muerte natural por villanía. A ti que hablas de la suerte tan a la ligera. Se trata de un hombre que siendo pobre heredó un caballo de un pariente. Los que conocían su pobreza le dijeron entonces que era muy afortunado, que la suerte se había acordado de él. Él solo les dijo tres palabras: ya se verá. Al poco tiempo, galopando con su caballo celebrando la dicha, cayó al suelo rompiéndose los dos brazos. Entonces los que le conocían le dijeron que la fortuna, injusta, le robó más de lo que en principio dio, que la mala suerte se cebó con él. El hombre pobre con los brazos rotos les dijo entonces otras tres palabras: ya se verá. Pasado tan solo un mes estalló la guerra y todos los que el hombre conocía debían andar a morir en batalla. Todos menos él, que al tener los brazos rotos le consideraron impedido. Entonces escuchó de sus paisanos que era un hombre definitivamente con suerte, que el caballo le libró de la guerra. Él respondió de nuevo: ya se verá.

-Ya se verá.- susurró el capitán.- Esa historia te la contó Elvira.

-Desde entonces soy el hombre con más suerte del mundo.- El tono del preso se había vuelto sereno.

-Ya se verá.- repitió nervioso el capitán.- Háblame del Perla. Y te advierto, antes de que sigas, que no toleraré que me hagas perder el tiempo hablando de ti y de mí, como siempre. No mezcles a Elvira en esto. Te aseguro que al soldado le aliviaría meterte una bala en la cabeza y largarse de aquí cuanto antes. No entiendo como has conseguido provocarles tanto con tus fábulas y tus enseñanzas de ateo.

-Es que tú formas parte del cuento como lo formo yo de tu parte de guerra. Pero está bien, ten más paciencia. ¿Tienes tabaco? – Dijo intentando adoptar una postura menos dolorosa.- Aun tengo que contarte la fiesta que te perdiste por narcisista. Aunque fuera más adelante cuando nuestras vidas se debían cruzar la historia del Perla comienza aquella noche de San Juan. Fue aquella noche en la que Santiago, los chicos y yo tocamos aquella música antes de los fuegos, un poco antes de que llegaras. Nunca pude entender como te gustaba llegar tarde. Siempre fuiste un presumido. Te gustaba hacerte esperar y llegar como si de otra tierra vinieras. Después de varios meses ensayando aquella música que tú bailabas a escondidas, teníamos ganas de que llegara la fiesta, los fuegos y todo aquel gentío que se bebía hasta el último barril de vino. Yo sabía que Elvira y su hermano vendrían temprano, como cada año. No les gustaba perderse ni los juegos ni las jotas tempraneras que se cantaba algún valiente cuando aún ni se había puesto el sol. Les recuerdo bajar juntos la calle como si un cordel tenso los uniera permanentemente, estirándose y acortándose, estirándose y acortándose. El año anterior nos besamos, y yo, como si no hubiera pensado en otra cosa durante todo aquel tiempo, allí la esperaba.

-¡Háblame del Perla!- gritó el capitán levantándose y tirándole el tabaco.

-Esta es la historia del Perla. De la perla. Te lo prometo – dijo el preso acobardado y escondiendo la cabeza entre los brazos.- Te lo prometo, es la historia del Perla. De la perla, su paloma. El Perla se llama así por su paloma. Tú no sabes la historia pero Elvira bailó aquella noche de San Juan con el Perla. Él simplemente era un aparecido. Un forastero que sin dudarlo eligió a la lugareña más guapa para bailar. Imagínate. Nosotros estábamos tocando. Santiago yo todos. El Perla estaba eufórico, Elvira había encontrado un bailarín a su altura. Y nosotros no podíamos dejar de tocar. Cada pieza les divertía más y más. El Perla, que era un joven muy voraz, no la dejó descansar ni un minuto. Terminados los bailes y avivados los fuegos quiso invitarnos a brindar con él y, de paso, continuar acercándose a Elvira que estaba férreamente escoltada por su hermano. Se llamaba Vicente Arroyo. Un analfabeto, un furtivo que acabó guardando las tierras de un burgués. Un huérfano que apenas heredó de su padre dos duros oficios. Dos de las tres cosas que sabía hacer muy bien. Y bailar era sólo la tercera. Cada año, desde entonces, volvió el Perla a venir por San Juan. Enamorado y rendido a la belleza y la bondad de Elvira, volvía cada año sabiendo que le rechazaría mil besos si mil besos le quisiera dar, pero que jamás le negaría bailar.

-¿Qué habías dicho de una paloma?- apremió el capitán censurando todas las escenas de Elvira.

-El Perla apenas sabía comportarse en público, algo que no le suponía un problema en su vida entre escopetas y palomas. El padre, que había aprendido en el ejercito todo lo que sabía, le crió como un furtivo y le enseñó a adiestrar palomas antes de morir asesinado.

-Mientes. ¿Cómo sabes todo eso?- interrumpió el capitán.

-No miento. Digo la verdad.

-¿Cómo sabes todo eso entonces? Son tus cuentos. ¿Cuándo supiste todo eso? ¿Cuándo le has visto? ¿Cómo sabes que él es el Perla? No haces más que hacerme perder el tiempo.

-Porque yo le enseñé a leer y a escribir.

-¿A escribir? ¿Tú? ¿Por qué había de aprender un cazador furtivo a leer y a escribir?

-Todo el mundo quiere saber leer y escribir. Pero no todos encontraron maestro.¿Por qué? Muy fácil. Él adiestraba palomas mensajeras. Pero como su padre, también analfabeto, criaba esas palomas para que otros escribieran y leyeran mensajes. Un oficio puesto al servicio del ejército. El Perla sólo tenía una idea en la cabeza: quería enviar su propio mensaje. Escrito por él para otra persona. Más tarde supe que esa persona era Elvira.

-Mientes.

-No miento. Ella fue quien bautizó a sus palomas como “las perlas” porque sus plumajes, esa iridiscencia en sus cuellos, ese cambio de luz y de color le recordaban al brillo de una perla que había visto siempre a su abuela. Y a la paloma que él usaba para enviarle mensajes, la que más brillaba, la llamó “Peregrina”. Elvira era así, le apasionaban las leyendas y las fábulas. A Vicente le fascinó esa historia y desde entonces la llama así: la Peregrina. De ese modo una paloma mensajera acabó llamándose como la famosa perla centenaria. Fueron los rumores los que crearon el monstruo sobre él. La Perla de Aragón, por su prometedor futuro como futbolista, o La Perla asesina, desde que estalló la guerra, son algunas de las formas en que lo nombran. Lo único cierto es que es el hombre con más puntería del mundo. En la Peregrina está el secreto. Ella ve por él. Ella le guía. Si ves una paloma cerca, tranquila y confiada ¡escóndete! Huye, haz lo que sea. El Perla no falla. Nunca falla un tiro. Te lo aseguro, nunca falla.

-Eres un farsante.- regañó el capitán.

-No lo soy.

-Dime la verdad.

-Ya te la he dicho.

-Mentiras, mentiras, cuentos y más cuentos.

-¿Cuentos? ¿Eso es lo que crees? ¿Contéstame a una pregunta?- apostó el preso.

-¡Qué!

-En este cuento, ¿qué prefieres ser: héroe, villano, o mártir?

-¡Qué acertijos son estos!- gritó el capitán.

-Contéstame.

-¡No! – Gritó enfurecido y cogiendo por la camisa rota al preso continuó.-Olvida tus estúpidas historias y dime donde esta el Perla. ¡Eres un maldito suicida! Dios sabe que te he dado una oportunidad. Te la he dado. Maldito seas.

-Contesta. Si quieres saber dónde está el Perla, contesta.

El capitán se detuvo un instante. Resopló. Dejó caer al preso. Paseó por la garita de madera cavilando, haciendo retumbar sus botas. Cuando recuperó la serenidad sentenció.

-Puesto que el dichoso Vicente Arroyo se ha convertido por derecho propio en el peor de los villanos y tú te has empeñado con coraje en ser un mártir, no me queda otra que ser el héroe. Suerte la mía.

-Ya se verá.- respondió el preso.

El capitán le miró enfurecido. Bajo aquella cara hinchada y colorada brillaba una sonrisa de victoria que le irritaba hasta el delirio. Que le humillaba. Dio una voz y el sargento y el soldado entraron inmediatamente. El preso no quiere hablar, les dijo. Ha sido lamentable. Dios sabe que le he dado una oportunidad. Lleváoslo, ordenó. Probablemente le fusilen mañana. El capitán y el preso se miraban fijamente. El soldado y el sargento, que en un principio vacilaron, se pusieron manos a la obra. Soltaron sus fusiles en la pared y se pusieron a discutir cómo cargarlo. El preso, que esperaba a que sus torturadores encontraran cómo atarlo, mantenía la mirada al capitán.

-¿Sabes por qué soy el hombre con más suerte del mundo?- preguntó.- Porque el que nada tiene y nada ha tenido, sólo puede esperar a la suerte. Y la suerte nunca se olvida.

Una batalla de derrotas se libraba en el cruce de miradas. Un instante eterno entre dos personas que se odiaban tanto como se admiraban. Que se temían tanto como se conocían. Un silencio entre dos seres que un día jamás hubieran imaginado tan horrible final. De repente un aleteo. Una paloma irrumpió en el lugar. Se posó sobre la abertura a modo de ventana que había en un lateral de la cabaña. El capitán giró su cabeza incrédulo. La Peregrina. Antes de que su rostro reflejara sorpresa un silbido entró por la abertura derribando al soldado. La paloma desapareció. Capitan y sargento se miraron sorprendidos. El soldado se retorcía en el suelo. Un instante después otro silbido derribó al sargento. El capitán giró de nuevo la vista hacia el preso. No podía creer que aquella historia fuera cierta. Un tercer silbido le alcanzó. El capitán dio dos pasos temblorosos y se desplomó.

[...]

2 comentarios:

Raúl dijo...

Este formato no agradece los relatos tan extensos. Tendré (creo que ya lo dije) que reunir todos los pedazos de la historia y leerlos en papel.

Desde la luna dijo...

El 13, mi número favorito, para un relato sublime. Te ha quedado bordado, y estoy empezando a pensar en un corto para esta escena, jeje.
Lo de la figura femenina también lo has solventado. (En mi opinión, sólo le falta un poco más de fuerza o respaldo en un personaje real contemporáneo, no sólo como recuerdo, no sé si me explico).

Bravo de nuevo. Un abrazo.